La juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu. – Mateo Aleman
Como la mayoría de las grandes ideas, esta surgió en el ocaso de una botella de vino. Algo tienen los espíritus que a pesar de tener fama de depresores, tienden a elevarnos a un Olimpo filosófico, donde por instantes las ideas, las mejores estrategias de guerra o de fútbol y las soluciones a todos los problemas del mundo, fluyen a borbotones.
En consecuencia, me puse a pensar en mi paso por el mundo y en como a pesar de tener 33 años y sentirme aún como si tuviera 18, la brecha generacional que hay entre alguien de 18 y yo es abismal. Y es ahí, justo en ese momento, cuando dejo de sentirme joven para mutar drásticamente en un fósil y mi Diosa interna se pone faldones y camisas de cuello cerrado al mejor estilo victoriano de los 1800.
Entonces, ¿qué se hace? ¿cómo deten
emos el tiempo? ¿dónde me consigo un Delorian o el collar de Melisandre? ¿Dónde está la fuente de colágeno para la eterna juventud? -En el alma… me susurra suavemente las últimas gotas de aquel espíritu que queda en mi copa. ¿Qué? creo que este vinito me hace más mal que bien. Hum! ¿acaso cuando uno se entacona, le piropean el alma? Definitivamente no, pero es un hecho que la belleza viene de adentro hacia afuera y como nos sintamos, así mismo proyectamos al espejo y al mundo nuestra pasión, beldad y encanto. Un alma bien alimentada de conocimientos, experiencias, humildad y ganas de aprender es la poción perfecta hacia la eterna juventud.
Karlotita con Ka 